Oprimido sentiste tu regazo;
la mordaza brutal selló tu boca
y reviraste la mirada loca
entre la furia del cruel abrazo.
¡Y gemiste desesperadamente
cuando hacia atrás cayendo derribada,
abrió tu carne el ímpetu inclemente
de aquella interminable puñalada!
Comenzó el estertor de tu agonía...
Como en la angustia de mortal anhelo
tu mirada en lo alto parecía
pedir piedad al implacable cielo;
¡voz moribunda que se queja y llora
y en paroxismo trágico delira
que suave blasfema y ronca implora
y al fin cansada de rogar suspira!
Como en hipo mortal rindes el alma
en un sollozo, por la boca yerta,
y tu convulso cuerpo queda en calma,
rígido y frío como el de una muerta...
II
Miro tu faz antes de que sucumba
el carmín en tu labio y tus sonrojos,
cual rosas deshojadas en la tumba,
y fuegos fatuos tórnense tus ojos...
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
¡Pero por el milagro fulminado
veo que te incorporas, y con lento
ademán, de tu frente has arrancado
el peso de un fugaz remordimiento!
¡Sonríes a mi saña, y sin reproche
así surges, oh amada dulce y fuerte,
en medio de mi asombro y de la Noche
de aquel Amor, hermano de la Muerte!...
José Juan Tablada
Hola. ¿Podría compartir la referencia, por favor?
ResponderEliminar¡Gracias!